sábado, 4 de enero de 2014

Mi realidad no me abandona.

Necesito cuatro días de soledad, cuatro días para aclararme, para saber qué hacer respecto a todo. No tengo claro, en verdad, ni si quiero pensar, solo sé que lo necesito y punto. Y ahora, simplemente escribo lo que se me viene a la mente, sí, eso. Tal vez esto no tenga sentido, que me pare a leerlo y no lo entienda, pero me da igual, ¿qué tiene de malo escribir? Que yo sepa, NADA. Solo quiero decir que echo de menos ser como antes, esa niña tonta que no paraba de reír, que se pasaba el día con una sonrisa en la cara y que sabía controlar sus problemas. Eso ha quedado atrás, las risas, y han llegado los llantos, apoderándose de mí. Llantos incallables, que me ahogan como si estuviera en un pozo sin poder salir, sin una cuerda o unas escaleras que me dieran la libertad y la calma que busco. Todo es oscuro, no hay luz, ni una pizca, ni una pequeña luciérnaga se acerca, como si yo estuviera recubierta de insecticida. Nada, no hay nada. Y doy pasos de gigante hacia un callejón sin salida, en el que me esperan simplemente cosas desagradables, y si tengo contacto con ellas no habrá vuelta atrás.